sábado, 22 de agosto de 2009

Semillas de fe

“Vayan al mundo, pues y prediquen el Evangelio”. Este mandato del maestro resonó fuerte en mi corazón cuando sentí la inquietud de ser misionera. Pero no entendía la magnitud de sus palabras hasta que llegué a la comunidad del El Venado en el estado Zulia, Venezuela.

La primera realidad que encontré fue que a pesar de ser una comunidad muy grande y de gente muy acogedora, la iglesia estaba como dormida. Bombardeados por varias iglesias protestantes y con la agravante de la escasez de laicos comprometidos, su vida de fe estaba atravesando por un momento muy difícil.

En esta perspectiva nuestro trabajo estaba claro. Teníamos que empezar desde cero. Dar a conocer el mensaje de amor que Jesús nos transmitía a través de su palabra, fue nuestro principal objetivo. Nuestra meta era que lo conocieran, primero para que le amaran y como consecuencia de ese amor, se entregaran al servicio de los demás y de la Iglesia. Para lograrlo visitábamos los hogares, realizamos Horas Santas, noches de predicación, rosarios, reuniones con los grupos apostólicos. Además, atendíamos a los jóvenes y niños con actividades especialmente preparadas para ellos.

Pudimos palpar que en aquella comunidad, más que pobreza material había una gran hambre de Dios. La misma necesitaba ser saciada con compresión y amor. El Señor nos había enviado a darle a sus hijos el alimento espiritual que tanto necesitaban: su palabra. Y fue precisamente el ver la gran necesidad de Dios lo que me ayudó a vivir una experiencia de fe. La tarea diaria de darlo a conocer suscitaba en mi un efecto multiplicador. Mientras más hablaba de él, más amor sentía, más deseos de que la gente lo conociera. Aprendí a ver la mano de Dios puesta en cada persona, en cada situación y muy especialmente en mis compañeros de misión. Vivía cada Misa de una manera muy especial y en mis plegarais siempre pedía por aquella comunidad que todavía no había descubierto la grandeza del amor de Dios.

Con el trabajo realizado por nuestro grupo misionero y con la asistencia continua del Espíritu Santo, estoy segura de que sembramos semillas de fe dentro de la comunidad. Con el tiempo y con el favor de Dios ésta germinará y dará grandes frutos. La fe es una vivencia tan personal y única que debemos vivirla como una relación de amistad con Jesús, como un compromiso con su mensaje.

Por esto hoy le digo al Señor: “Aumenta mi fe y acrecienta en esta comunidad y en todos los rincones del mundo el deseo de conocerte, amarte y servirte. Muéstrale tu rostro a los que, por causa del mundo, están alejados de ti. Y no te olvides de aquellos que te esperan con esperanza”.

Este escrito fue publicado en Génesis Revista Juvenil, de la Parroquia Sagrada Familia de Corozal Vol. 8 Año 2, 2001; después de regresar de mi experiencia misionera en Venezuela. Tenía 21 años.

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